Perfil del Alumno
Calasancio

La divina misión de la escuela calasancia es, en palabras de Faustino Míguez, fundador del Instituto Calasancio, poblar la tierra de ciudadanos probos e ilustrados y el cielo de ángeles humanos, es decir, personas honestas e íntegras, cultas, bondadosas y comprometidas con la realidad desde su ser creyente.

Hoy, la escuela calasancia continúa respondiendo a los retos que plantea la educación en la sociedad global del siglo XXI: lograr que todos los jóvenes alcancen su máximo desarrollo integral en un contexto de igualdad de oportunidades, adquiriendo las competencias que les permitirán desenvolverse con garantía en las próximas décadas. Se trata de formar personas maduras, justas, solidarias y compasivas, capaces de superar fragmentaciones y de reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna y universal, desde su testimonio y compromiso cristiano en la sociedad.

Desarrolla al máximo sus potencialidades físicas, afectivas, psíquicas, intelectuales, espirituales y sociales, para llegar a ser competente en la comprensión e interpretación del mundo.

Positivo y conectado, vive con profundidad en diálogo consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios.

Sensible y fraterno, capta, comprende y experimenta compasión hacia las necesidades de los demás, se pone a su servicio y lucha por una sociedad más justa.

Se implica responsablemente con el cuidado y la mejora de la vida en todas sus manifestaciones, como ciudadano de la casa común.

Admira desde su profundidad lo bello, lo bueno y lo verdadero, y genera nuevas ideas siendo original y flexible en las respuestas transformacionales al mundo de hoy a través de los distintos lenguajes.

Con espíritu crítico y en continua formación, elige y obra en cada momento con libertad y seguridad en sí mismo, respetando los derechos y deberes de los demás.

Afronta las nuevas situaciones existenciales que la vida le ofrece, con creatividad, pasión, constancia, visión de futuro, dispuesto a liderar y a trabajar en equipo.

Opta por una vida sana en todas sus dimensiones y por una cultura de la prevención y el autocuidado, para conseguir un desarrollo armónico de su ser.

Se abre al misterio de la vida y de Dios, cuidando el encuentro con Jesús de Nazaret, celebrando el don de la fe en comunión con los hermanos y teniendo a María como modelo de creyente.